Cuando, al final de nuestros días...

Y cuando, al final de nuestros días, cerremos nuestros ojos y exhalemos nuestro último suspiro, sólo habrá una diferencia en nuestro deceso.
Tú morirás con la culpa, que te habrá matado aún más rapido, con la pena de haberte equivocado, con el lastimero llanto de haber puesto tus deseos sobre tu razón. Morirás con la estúpida culpa infinita de haberte equivocado.
Y también yo sentiré culpa, moriré sabiendo que también me equivoqué, que no hice lo suficiente por tratar de remediar el daño que hice, de no haber tratado de corregir sobre las marcha los errores que cometía, cerraré los ojos y alzaré mis manos para elevarme al cielo, o para aferrarme y no caer al abismo, no lo sé...
No sé tú, pero aunque no llega ese día final, yo siento mi alma desvanecerse con cada mirada suya tratando de encontrar una respuesta a las dudas que lo embargan y al deseo insatisfecho de expresar un sentimiento, siento la culpa, soy culpable de mi propia cobardía, de mi falta de coraje para decir no, para luchar por mi sueño de siempre, de toda mi vida...
Pero al cerrar los ojos exisitirá, como te dije, una diferencia en nuestro lecho de muerte. Mientras tu sentirás la culpa que te arroja a los infiernos del sufrimiento eterno sin saber porqué, yo moriré siendo culpable también pero con una sonrisa en los labios, porque mientras tú no lo hiciste, yo ya pedí perdón...

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